Cuántas veces nos preguntamos si podemos volar con “tormenta”? Qué angustias y/o temores despierta la palabra “tormenta”? Normalmente es símbolo de lluvias, turbulencias, granizo y otras tantas calamidades que nos tiene ilustrados el cine catástrofe de Hollywood. Pero cuando aprendemos que las tormentas pueden evitarse, esquivándolas, administrándolas, demorando una salida o un aterrizaje, ya la cosa dista mucho de lo que nos muestra el cine.
En nuestros encuentros en Alas y Raíces hablamos largamente sobre el tema para conocerlo mejor y para que los temores queden relegados y/o administrados a través del conocimiento y del entendimiento, para poder dejarnos llevar en forma segura por la gente que se ha preparado debidamente.
En estos días hemos visto que los aeropuertos del sur del País han sufrido cancelaciones, demoras, escapes (aproximaciones frustradas), debido a la irrupción de “tormentas de nieve”. Casualmente, las tormentas de nieve no eran hasta entonces temas de discusión en nuestros encuentros. Tal vez se pregunten por qué no hemos puesto en nuestro temario cotidiano este asunto que tanto problemas produjo en el funcionamiento de los aeropuertos de Calafate, Bariloche, San Martín de los Andes y otros. La razón por la cual personalmente no lo he abordado es que conscientemente siempre supe que estos fenómenos no producen vuelos incómodos a nivel de confort de marcha. Es decir no producen turbulencia, que es una de las razones por las que se teme abordar un avión.
En general, nuestros cursantes terminan convencidos en gran parte de que la turbulencia es incómoda pero no es peligrosa. Pero, y la nieve? Qué problemas acarrea?
Bueno, no es difícil corroborar que trae retrasos, cancelaciones y otros problemas que no están vinculados con turbulencias. El vuelo dentro de una tormenta de nieve es confortable. Como volar entre algodones. No trae incomodidades notables en el confort del vuelo.
El problema es de la tripulación que tiene que decidir si puede iniciar un vuelo por el estado de la pista, que a su vez depende si se tienen los elementos para limpiarla, o si ha nevado dejando una base helada sobre el asfalto que no permite frenar correctamente.
Todos estos datos se conocen con anterioridad a decidir una operación, de manera que produce la demora necesaria para poder dejar el aeropuerto operable. Si la tormenta de nieve reinante no permite el aterrizaje justo en el momento de la aproximación, se puede efectuar un escape, abandonar la aproximación y dirigirse a la alternativa en forma segura y natural. Las mismas decisiones que la tripulación toma en cada vuelo sin que nosotros, como pasajeros, intervengamos.
Como todo vuelo y en toda condición estamos en manos profesionales que saben lo que hacen.
Solamente en esta oportunidad quería dejar en claro que volar en tormenta de nieve es como “volar entre algodones”.