El Domingo leí en el diario Clarín: “Aspas los llevaron a esa montaña y aspas los sacaron de ella”.
Esta frase me tocó porque creo que es una muy buena manera de ver este episodio vivido por los trece ocupantes del helicóptero que presentó el congelamiento de una de sus aspas, siete miembros de la comitiva presidencial y seis miembros de la fuerza aérea. Sin duda que la noche vivida en el silencio de la montaña en medio de un clima muy adverso por frío tan intenso y la altura a la que se encontraban, deben haber hecho que atravesaran momentos muy intensos. Cansancio, frío, tristeza, preocupación y hasta alguna humorada para paliar el momento. Momentos de incertidumbre, si los hay, donde la certeza no existe y la imaginación vuela y vuela.
Seis personas entrenadas en supervivencia y siete personas impulsadas a un entrenamiento forzado en supervivencia sin buscarlo. Todos unidos por un mismo deseo, llegar sanos y salvos a casa.
Todo acompañó para que sea exitoso el suceso. La decisión del piloto al elegir el lugar del descenso, sin duda apoyado en la experiencia que le otorga el entrenamiento y el pronto dispositivo de rescate de las brigadas de distintas fuerzas mancomunadas para la misión.
Final feliz, sí. Pero quiero tomar la frase de las aspas porque creo que tomar esa conciencia es lo que puede hacer de este episodio una oportunidad para no quedarse aferrados al miedo y a la condena del helicóptero como medio de transporte. Apuntando a la capacidad resiliente de los pasajeros.
Desde Alas y Raíces hacemos hincapié muchas veces en diferenciar la aviación aerocomercial de la aviación civil y militar. Lo hacemos básicamente para discriminar que no todo lo que vuela es avión. Con esta afirmación buscamos que los pasajeros de línea aérea no se confundan.
Nuestra solidaridad y apoyo a los 13 tripulantes del helicóptero, sus familias, sus compañeros de trabajo ya todos los que esta noticia les ha tocado el corazón.