Leí una cita de “Tú no eres tu dolor” de Vidyamala Burch. Allí el neuropsicólogo Rich Hanson afirma que tenemos “velcro para las experiencias negativas y teflón para las experiencias positivas”.
Esta afirmación tiene una explicación neurobiológica. Nuestra amígdala (la que se encuentra en la base del cerebro, no la de la garganta) dedica mucho esfuerzo para procesar las experiencias negativas, y la descarga de las hormonas que deben protegernos de los peligros son de liberación muy rápida porque de ellas depende el autocuidado y la supervivencia (adrenalina, cortisol y norepinefrina). Sus equivalentes para procesar lo positivo (la oxitocina, por ej.), si bien son muy poderosas, tardan mucho más tiempo y son menos potentes.
Esta afirmación me pareció muy sencilla y muy cierta para compartir.
Siempre les pregunto a los cursantes cuántos viajes malos han experimentado y en la mayoría de los casos refieren que fue en tal viaje, a tal destino pero, que fue insoportable o que creyeron que no iban a soportar el malestar. Todos esos vuelos llegaron a destino y sin daños, pero no es eso lo que se capitaliza.
Lo percibido por el cuerpo y la mente es muy poderoso. A pesar de haber hecho más viajes, el que se recuerda es el peor, el más incómodo, el que despertó la vulnerabilidad y el que demuestra sin duda alguna que si hay algún lugar donde uno no puede controlar la situación, ese lugar es el avión (Tampoco hace falta controlar nada, el avión cuenta con un experto calificado que sí tiene el control y que más allá de la incomodidad, el vuelo resultó controlado y seguro).
Incómodo o movido, en horario o demorado, con tripulación más o menos atenta, los vuelos aerocomerciales no corren riesgos. El peligro, el riesgo, está en la mente que decodifica muchas sensaciones como peligrosas, y la amígdala dispara la señal de alarma.
Te propongo un ejercicio:
a) Si volaste mucho y siempre recordás el mal vuelo.
Cerrá los ojos, tomá un par de respiraciones y tratá de recordar el mejor vuelo que hayas experimentado. Recordá a qué destino, con quién viajaste y pregúntate: qué hizo que fuera un buen vuelo?
Te invito a traer una y otra vez ese buen vuelo, a recordar lo mejor de él para darte la oportunidad de modificar ese mal recuerdo, y darle al avión otra oportunidad.
Si no funciona, podes pedir ayuda.
b) Si volaste poco o tu último vuelo fue para el olvido y dejaste de volar.
Cerrá los ojos, tomá un par de respiraciones y tratá de recordar por qué fue malo. Fue incómodo? Creíste estar en peligro? El vuelo llegó a destino sin consecuencias? Nadie se lastimó?
Te invito a traer a tu mente el recuerdo del vuelo anterior al último y el anterior, y el anterior. Si todos fueron cada vez creciendo en malestar, seguramente alguna mala apreciación en cuanto a la seguridad fue creciendo en lugar de ir cambiando a medida que seguías volando.
Podés pedir ayuda.
c) No volaste nunca y suponés que no te va a gustar, que el encierro no es para vos. O si volaste una vez hace muchos años y tenés un mal recuerdo.
Cerrá los ojos, tomá un par de respiraciones y trata de pensar en algo que te incomode, algo que no te guste hacer, que ponga a prueba tu ansiedad.
No es el avión el lugar donde más incómodo o peligroso vayas a estar. A diario enfrentamos situaciones incómodas, inciertas y domamos el desafío de atravesarlas. El avión nos lleva al disfrute, a las vacaciones y a compartir en familia o entre amigos: bien vale la pena animarse a ver si es tan terrible.
Si no funciona, podes pedir ayuda.
Conclusión: siempre se puede pedir ayuda, porque evitar no es la solución, siempre agudiza el miedo.