Es muy frecuente en estos días escuchar la palabra MIEDO. Si bien el miedo es una de las emociones básicas y por cierto sumamente útil para la supervivencia, lo que determina si un miedo es normal o no, es el grado de excitación o postergación de alguna actividad o bien el grado de preocupación o limitación que genera en la vida cotidiana.
Debemos aceptar que la vida de hoy, para grandes y para niños, se ha vuelto más exigente. Cada vez más horarios que cumplir, cada vez más actividades, cada vez más inseguridades e incertidumbres. Muchas de ellas internas por las características y particularidades de cada uno, pero también hoy se ven incrementados por un entorno social poco estable, peligroso y en muchos casos amenazador.
Esta realidad hace que muchas personas hoy padezcan miedos desmedidos:
• No poder salir solas/os
• Necesidad de dormir con una luz.
• Evitar medios de transporte (colectivos, autos, subtes, aviones, ascensores).
• Miedo exagerado a algún animal.
• Miedo a las tormentas.
• Miedo a las multitudes.
• Miedo a los espacios cerrados.
• Miedo a interactuar con otros.
La lista es interminable. Cuando hablamos de miedos, hablamos de una gama muy extensa de intensidad de malestar. Ella va desde el disgusto por tener que hacer algo, hasta la franca evitación que es lo que da cuenta del pasaje del miedo a la fobia.
Para que podamos diagnosticar una fobia debe ser necesario confirmar que la persona no puede enfrentar o posterga el enfrentamiento. En los casos más leves se padecen algunos síntomas de ansiedad, como sudoración, taquicardia, dolor abdominal, mareos muy intensos que pueden hacer que la persona tenga miedo de morir.
En otros casos, los síntomas son muchos más intensos llegándose a padecer Ataque de Pánico que involucra por lo menos cuatro de los siguientes síntomas que lleguen al máximo en 10 minutos.
• taquicardia
• sudoración
• opresión en el pecho
• temblor
• mareos
• dolor abdominal
• sensación de muerte
• sofocación
• parestesias
• desrealización
• miedo a volverse loco o perder el control
No hace falta sentir todos estos síntomas, pero si uno ha padecido cuatro de ellos en el mismo momento y con una intensidad desmedida, puede afirmar que tuvo un ataque de pánico.
La buena noticia es que este trastorno hoy puede ser tratado con un altísimo éxito. Millones de personas en el mundo padecen Ataques de Pánico y pueden beneficiarse con un adecuado tratamiento. Hasta hace poco tiempo estos síntomas llevaban a las personas a recurrir al médico clínico y a partir de allí a deambular por distintas consultas y estudios que generalmente concluían con un supuestamente feliz “Ud. no tiene nada”, que sumía en una gran desesperación a quien escuchaba estas palabras.
Hoy por hoy, la capacitación de los médicos y la información de la población han contribuido a que la consulta sea más rápida y dirigida al psiquiatra y/o al psicólogo. El mejor abordaje de los Ataques de Pánico es aquel que combina la farmacoterapia (remedios) y la psicoterapia. Prueba de ello son los estudios realizados que determinan la efectividad de la sumatoria de los abordajes. Esto no implica que necesariamente se deba utilizar medicación psicofarmacológica. Es imprescindible hacer un buen diagnóstico para la pronta recuperación del paciente.
En mi experiencia personal, acepto la negativa de un paciente a recibir medicación, trabajo acerca de las creencias negativas respecto de la misma, y se intenta el abordaje terapéutico. En muchos casos se llega a un buen resultado, pero en otros, por el bien del paciente y el nivel de padecimiento, la medicación es imprescindible.
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“No vale la pena sufrir en el S. XXI de males que tienen solución”