Según las estadísticas, hay 36 por ciento de personas que tienen angustia, miedo o pánico frente al hecho de tener que volar, aun siendo el avión uno de los medios de transporte de más alto nivel de prevención. El ex comandante de aviación Roberto Rubio y la psicóloga Liliana Aróstegui forman parte del equipo de la empresa «Alas y Raíces» que realiza cursos que permiten enfrentar el miedo de volar. Dialogamos con ellos.
Periodista: ¿Por qué la empresa se llama Alas y Raíces?
Liliana Aróstegui: Alude a que para poder tener alas y volar, hay que estar bien enraizado en la tierra, porque así se sabe que se va a volver. Uno de los grandes miedos es: ¿volveré, no volveré? Se teme más a sufrir que a morir, que es otro de los grandes miedos. Son miedos anticipatorios, por eso se llaman trastornos de ansiedad. En realidad son fantasías. No es que no haya habido alguna vez problemas, pero no en la medida que ven quienes temen y evitan volar, magnificando sus temores.
P.: ¿Cuál es el trabajo que realizan?
L.A.: Nuestro curso para perder el miedo de volar está diseñado para poner una persona lo más rápido que se pueda en un avión, dándole herramientas para eso. Esto no quiere decir que se resuelvan todos sus miedos, aunque hay mucha gente que dice que el curso fue un antes y un después, porque cosas que aprendió las pudo trasladar a su vida. Hay muchos miedos escondidos detrás del miedo al avión. Hemos tenido empresarios y managers de jugadores de fútbol que necesitan del avión, para los que es una herramienta de trabajo.
Por un lado está el gran deseo de crecer y por otro, como paradoja, el miedo a crecer. A lo que tanto deseo, lo temo; a lo que tanto amo, lo rechazo.
P.: No se toma en cuenta que en la calle hay mayores riesgos.
L.A.: En la Argentina, que tiene récord mundial de accidentes automovilísticos, no se comprende ese temor a algo que ha demostrado tener mínima posibilidad de problemas en los millones de vuelos que se realizan. Pareciera que esa gente, cuando está en el avión, esa información no la puede usar. En nuestro equipo, el comandante Roberto Rubio explica la tecnología, las turbulencias, las tripulaciones. Yo ayudo a usar esa información aun bajo una tensión que no le permite oponer razones al miedo.
P.: ¿Hay etapas que son proclives a los temores infundados?
L.A.: Hay una etapa previa al vuelo, de ansiedad anticipatoria, donde esa gente tiene un gran sufrimiento. El momento en que compra el ticket, los días que en cuenta regresiva lo llevan al aeropuerto, cuando hace el check in, le anuncian su vuelo, caminan por la manga, todo eso va provocando estrés. Y, cuando suben al avión, el más mínimo indicador, una mirada de la azafata, un ruido extraño o un mensaje de que se va a demorar el vuelo parecieran certificarle esos miedos anticipatorios. Buscamos que la gente genere una disonancia entre lo que cree y lo que realmente sucede.
P.: ¿Tiene más temor quien no voló o quien ya lo hizo?
L.A.: Más el que ya voló, y es más fácil de resolver en el que no voló nunca. Hemos tenido gente de 40 o 50 años que no voló nunca y se basa en relatos de terceros. La hermana de un jugador de fútbol que estaba en España quería visitarlo y contaba un vuelo como si ella hubiera volado cien veces, y nunca había estado en un avión. Contaba la película que le habían contado. Esto se soluciona fácil, hacemos un vuelo -un viaje asistido- y se disipa el temor atesorado durante años. Muchos de los que temen el viaje en avión son los que necesitan tener todo bajo control.
P.: ¿Hay un nuevo miedo tras los atentados a la Torres Gemelas?
L.A.: Al principio hubo más consultas por el tema terrorismo, ahora ya no tanto. Nosotros lo comparamos con lo ocurrido con la AMIA, y explicamos que a nadie se le ocurriría dejar de ir por la calle Pasteur por lo que sucedió. El tema terrorismo no entra dentro de los accidentes aéreos, es la irracionalidad, la locura. Nosotros enfrentamos la psicosis que hay en el mundo cuando se ve a una persona con rasgos musulmanes. Tuvimos un médico, de ascendencia árabe, que nos dijo que la gente lo miraba con miedo de ir con él, y era él quien más miedo tenía de volar. Es una discriminación racial como cualquier otra.
P.: ¿Qué piensa de quienes se medican para viajar?
L.A.: Nuestra primera indicación es: ni drogas ni alcohol. El que toma alcohol habitualmente, que lo tome. El problema es cuando alguien que no está acostumbrado cree que para viajar mejor se debe tomar tres whiskies; lo que es peor, porque le da náuseas.
No va. Tampoco sirve recurrir a la medicación, para gente que nunca toma medicación.
Nosotros dejamos eso para una segunda instancia. Bien usada es una herramienta excelente. La automedicación no sirve porque puede hacer el efecto paradójico y, en vez de calmar, potencia el miedo. Cuando baja la adrenalina le hace todo el efecto junto, y por ahí lo tienen que bajar en camilla; ha pasado más de una vez. Si la persona precisa ser medicada, lo hace un profesional. Se usan más los ansiolíticos que los hipnóticos inductores del sueño. Se busca que se recurra a los propios recursos. El ansiolítico más barato, el mejor recurso, son la respiración y la relajación.
P.: ¿Consultan más los viajeros de placer o los corporativos?
L.A.: Más los corporativos. Tras la crisis nos consultan padres que quieren ir a ver a sus hijos que, por caso, se fueron a vivir a Indonesia. Hijos que trabajan en el exterior, y necesitan ir y venir constantemente. En otros años, eran los viajeros de placer los que más venían a consultar.
P.: ¿Qué pasa con los chicos?
L.A.: La pasan fantástico. Cuando aparece un chico con ese miedo, tenemos tres o cuatro casos por año, siempre hay un adulto atrás que lo está generando, entonces el trabajo es conjunto con ese adulto.
Entrevista de Máximo Soto para Ambito Financiero