Esta semana recibí dos comentarios muy similares relacionados con el avión.
“La pasé pésimo días antes de subirme al avión y apenas me senté, me calmé y me atrevería a decir que es magia, hasta disfruté” Ex cursante de Alas.
“Desde que me subí al avión es como si no hubiese tenido nada. Ni ansiedad, ni síntomas, ni nada”. Paciente individual.
Los dos me preguntaron. Es magia?
La verdad, no es magia. Es un trabajo que casi no se nota, pero que va haciendo lentamente un camino personal de atención, concentración y una cuota muy grande de deseo de superar un miedo limitante. Lentamente se va tejiendo una red interna que sostiene lo incómodo y lo imprevisto, cambiando el sentido de vulnerabilidad ante lo sorpresivo que puede aparecer en un vuelo.
Por un lado aceptarse ansioso, imaginativo, anticipador y reconocer que así funciona la mente que dice, opina y juzga es un paso importante para autoconocerse.
Desde: no voy a poder, mejor cancelo y averiguo si en la cancelación no se pierde dinero… hasta, me empastillo… y cuántas estrategias más hemos escuchado.
Aprender a reconocer esos pensamientos y saber que son sólo pensamientos y no quedarse identificado y pegado a ellos, requiere de intención clara y de atención plena.
No los llamamos a los pensamientos pero se acercan sin permiso, hacerles caso, darle cabida, depende de uno. Sirve poder integrar los aprendizajes de muchas otras veces donde las catástrofes acecharon pero nunca fueron tan terribles como la imaginación las pintó. También sirve tener algunos conocimientos precisos acerca de los aviones y de lo que significa viajar para no fantasear. Viajar no es más peligroso que vivir y menos lo es viajar en avión. Seguro podrán pasar muchas cosas difíciles e inesperadas, no serán las más terribles precisamente arriba de un avión.
El otro gran aprendizaje, a veces no del todo consciente es el de poder dirigir la atención voluntariamente. Y para esto algunas pinceladas de Mindfulness en el curso de Alas y Raíces o en el consultorio van motivando, para incorporar
pequeñas prácticas de atención a la respiración y abrirse al reconocimiento y registro corporal. Esto permite, también, no tratar de salir corriendo de una sensación desagradable o incómoda. Aprender a surfear la incomodidad. Tal vez suene raro pero sí, como la vida misma. Esperar que se acomode el avión al aire en movimiento y no luchar para que el avión deje de moverse y además hacer esfuerzos para que eso suceda, solo porque uno quiere que así sea, es una pretensión vana.
Hay que aprender a confiar.
El tema de la confianza queda para la semana que viene.