La ansiedad es una emoción normal y sumamente útil si se mantiene dentro de ciertos límites.
Veamos una definición posible: “Es un estado alternante caracterizado por un miedo constante”.
Y podríamos explicarla de la siguiente manera: alternante alude a que no es un estado emocional equilibrado sino que va variando en su intensidad, a veces más y a veces menos. Miedo constante, por su parte, podríamos explicarlo como expectativa negativa o bien la creencia de que algo malo o negativo puede ocurrir.
Se le puede agregar a esta definición el componente corporal siempre presente en la ansiedad. Es imposible que este estado emocional no se traduzca en el cuerpo.
Es común escuchar:
• “Me falta el aire…”
• “No puedo respirar…”
• “Algo me oprime el pecho…”
• “Se me cerró el estómago…”
• “No puedo parar de comer…”
• “Tengo una pelota en el estómago…”, y otras.
Es fácil sentirse identificado con alguna de estas expresiones.
Sabemos que a veces hay situaciones realmente complicadas de la vida que generan estos malestares. Y no son preocupantes, porque son respuestas sanas que se corresponden con esos momentos. En cambio, los síntomas agudos de ansiedad sí preocupan, porque surgen como respuesta desmedida frente a situaciones que en otros momentos de la vida uno podría haberlos encarado sin dificultad y sin padecimiento. O bien, uno toma conciencia de que muchísimas personas pueden enfrentar esas situaciones sin el costo emocional que a uno le produce.
Para responder la pregunta inicial, diría que sí. La ansiedad es útil en tanto motoriza la acción. Pero siempre y cuando no llegue a extremos paralizantes, donde, en lugar de ser una señal que nos pone en movimiento, nos paraliza e inunda, reduciendo así la capacidad de respuesta.
Una solución posible: el ansiolítico más económico y al alcance de su mano que todos los seres humanos tenemos es LA RESPIRACIÓN.
¿Por qué la respiración? Cuando nos tensionamos, asustamos o simplemente nos alteramos, lo primero que se modifica es la respiración. Respiramos cortito a tal punto que a veces suspiramos para compensar la falta de aire. La respiración es la única función automática en la que podemos intervenir directamente imponiéndole la profundidad y el ritmo que necesitamos. Cuando se altera, muchas veces se produce taquicardia y eso puede llevar a que se desencadenen otros síntomas que, dependiendo de su intensidad y variedad, desemboquen en un Ataque de Pánico.
Respirar en forma profunda y rítmicamente disminuye el malestar producto de la ansiedad y puede llegar a eliminarlo. El concentrarse en la respiración funciona como un distractor y hace cambiar el foco de atención, y este simple hecho también alivia.
¿Cómo respirar mejor? Para practicar sentado: Siéntese cómodo en una silla o sillón, apoye la columna vertebral al respaldo y mantenga la cabeza erguida. Coloque una mano en el pecho y una en el abdomen. Cuando inspire debe expandirse el abdomen y no deben subirse los hombros ni el pecho. No debe haber tensiones en el rostro y el cuello y la boca debe quedar relajada. Al exhalar debe hundirse la panza. Se debe inhalar, mantener el aire en la panza y luego exhalar.
Para practicar acostado: Recuéstese, coloque un libro pesado sobre el abdomen y los brazos a los lados con las palmas de las manos hacia arriba. Al inhalar eleve el libro retenga el aire y al exhalar el libro descenderá.
Consejo: Practique varias veces en el día este tipo de respiración para que pueda aprender en forma rápida a respirar profunda y rítmicamente para aliviar la ansiedad.
Advertencia: Estos consejos son de utilidad para todos aquellos que padezcan ansiedad en mayor o menor medida.
Una discusión callejera, un problema con el jefe, una riña matrimonial, recibirse, la primera cita, etc. Vale decir, tanto situaciones agradables, lindas o esperadas, como tristezas, incertidumbres y amarguras, pueden aumentar nuestra ansiedad. Podemos entonces probar con estos consejos pero debemos saber que cuando la ansiedad (o sea, los síntomas que ella provoca) nos hace padecer, nos lleva a evitar situaciones y esto nos produce conflictos más severos con nosotros mismos o con nuestro entorno. Cuando es así, llegó el momento de efectuar una consulta.
Consultar con un profesional de la salud mental no implica que necesariamente debamos encarar una terapia larga y costosa. Estos problemas pueden abordarse en forma focalizada, con tratamientos de tiempo limitado.