Taquicardia, sudoración, palpitaciones, mareos. Todos esos síntomas puede experimentar una persona al subir a un avión. Los psicólogos le llaman “aerofobia” y es el “miedo a volar”; lo consideran una fobia ya que comprende un temor exagerado, que no tiene relación con un peligro real. Parece lejano, pero 1 de cada 3 personas en el mundo la padecen.
“El miedo nunca es por una sola razón”, explica la psicóloga Liliana Aróstegui. “Una de las predisposiciones para tenerlo es ser ansioso ya que, quien tiende a querer controlar todo, no desea cederle el mando al piloto. En otros casos el miedo es por desconocimiento, porque no entienden cómo hace un avión para volar”. Pero también pueden presentarse otros motivos como es el caso de los claustrofóbicos -que no tienen miedo al avión en sí sino al hecho de estar encerrados dentro de él- o quienes les temen a las alturas.
Según el piloto Gustavo Giménez –quien lleva más de treinta años trabajando en Aerolíneas Argentinas– uno de los principales temores de los pasajeros es la turbulencia: “Muchos tienen miedo de que el avión tenga algún fallo estructural o que se rompa por la turbulencia. Y cuando un pasajero está volando y mira las alas ve que se mueven y tienen una sensación de fragilidad, que la gente que no sabe que en la resistencia de los materiales tiene mucho que ver la elasticidad. Algo rígido se quebraría”.
Sea cual sea el origen de este miedo, ya son muchas las opciones que se ofrecen para que cada vez más gente pueda superarlo: desde libros y videos hasta cursos especializados. Este último es el caso de la agrupación argentina Alas y Raíces (www.alasyraices.com.ar), que aglomera a psicólogos y pilotos que ofrecen encuentros para tratar la aerofobia.
“La idea del curso es que quienes padecen aerofobia puedan, por un lado, hablar con un piloto que les explique todo lo que respecta al avión y por otro lado un trabajo sobre el miedo”, detalla Liliana Aróstegui, quien se desempeña como psicóloga en Alas y Raíces. Por último, los pacientes son llevados a un simulador de vuelo –que imita la cabina de un avión Boing 737– donde podrán ver en detalle cómo funciona el control de un avión y cómo se desempeñan los pilotos.
EN CARNE PROPIA
Aunque no toda fobia asegura ser erradicada por completo, la eficacia de este curso ronda el 92%, logrando en muchas ocasiones que los pacientes puedan convertirse incluso en viajeros asiduos. Tal es el caso de Ignacio Brashich, quien no podía subir a un avión sin tener la sensación de que algo iba a salir mal: “Todo ruido y movimiento que sentía y no conocía lo asimilaba con la caída a pique, la partición de un ala, el desperfecto técnico del motor”. Luego de hacer el curso, Ignacio fue capaz de tomar seis aviones en veinte días, erradicando su miedo casi por completo.
Algo similar le sucedió a Mariana Giannini: “Una semana antes de volar ya comenzaba la sensación rara en mi estómago, me irritaba fácilmente, estaba muy nerviosa, lloraba por todo. Cuando debía subir al avión comenzaba a sudar, a sentir náuseas y no me paraba de mi asiento en todas las horas que duraba el vuelo. Si bien no logré dejar de temerle a los aviones sí pude aprender a dominarlo”.
ALGUNOS DATOS
Según estadísticas publicadas por las Agencias de Seguridad Aéreas, una persona que haga un vuelo todos los días del año podría tener un accidente (no fatal) al cabo de 625 años. Y, a su vez, el 80% de los pasajeros que tienen accidentes sobreviven. Los datos otorgan perspectivas esperanzadoras, pero también hay quienes encuentran la manera de cuestionarlos. El historiador británico Ian Mortimer –que tiene terror a volar– explica que el temor es cualitativo, no cuantitativo. Es decir, para él, no importan las probabilidades sino lo que uno está poniendo en riesgo al subirse a un avión.
Sin embargo, Liliana Aróstegui también tiene una respuesta para este aspecto de la fobia: “Hacemos tantas cosas en la vida tanto más peligrosas que viajar en avión. La persona tiene que entender que ese miedo cualitativo es un miedo selectivo: uno elige dónde poner la atención y el temor”. Y finaliza: “No se debe pretender una explicación del porqué del miedo, sino saber administrarlo, entender que el avión no es peligroso y que muchísima gente está trabajando por la seguridad del vuelo y de cada uno de sus pasajeros”.