Muchos son los relatos de las personas que han decido tratar de buscarle una solución al tema de no volar o de posponer los mismos por no poder enfrentar la situación.
Es común encontrar gente que nos cuenta que tiene un recorte guardado hace años de una nota sobre el miedo a volar y un buen día, “harto ya de de estar harto”, deciden consultarnos.
Alas y Raíces ya cumplió, en marzo, 21 años, con lo cual hemos aparecido, a lo largo de este tiempo, en distintos medios de comunicación. Esto viene a cuento porque es frecuente que las personas, al leer o escuchar sobre el tema, se identifiquen. Pero hasta que se contactan para pedir ayuda, pasa bastante tiempo.
A veces es porque saben que tienen miedo al avión, pero no tienen posibilidades de viajar en ese momento y lo dejan para más adelante, una manera más que elegante de no enfrentar ese fantasma. Otras, simplemente porque les da miedo abordarlo.
La consecuencia de no enfrentar el miedo, que empieza siendo chiquito, es que con el correr del tiempo el miedo se va agrandando, de tal manera que un día están tan atrapados que toman la decisión de no volar. Acá es donde se empiezan a complicar las cosas.
Hay familias que no pueden concretar un viaje porque uno de los integrantes se niega rotundamente a subirse a un avión.
Tengo una anécdota para graficar esto. Una pareja de amigos muy queridos no viajaba en avión porque uno de ellos decretó que jamás se subiría a ese aparato y me pidió que no le hablara más del tema. Un buen día, cenando y hablando de bueyes perdidos, mi amigo me preguntó: ¿Cuándo dictan el próximo Curso?, sorprendida le di el dato y le dije sonriendo con picardía, “no me digas que pensás hacerlo!”A lo que respondió que sí, porque iban a hacer un viaje a Usuahia y era demasiado lejos para ir en auto, posibilidad que, obviamente, había barajado. A los pocos días me enteré que a uno de sus hijos, la empresa en la que trabajaba lo trasladaba al exterior. Ese fue el verdadero disparador para querer enfrentar el miedo al avión y no el viaje al fin del mundo.
En resumen, son muchas las motivaciones para dejar de sufrir por cosas que tienen solución. Hay que atreverse y aceptar el desafío. Es muy aliviador cuando se logra y la palabra clave en todo esto, como lo señala la Lic. Liliana Aróstegui en los Cursos, es “voluntad”: no hay cambio posible sin ella.
Muchos de nuestros cursantes coinciden en que el Curso les sirvió para el avión, pero en definitiva sirve para la vida… para enfrentar los riesgos que conlleva vivir.
Escucho en cada persona que se comunica pidiendo información la frase “me servirá?” y, de nuevo, nosotros les proporcionamos la información y las herramientas para superar esta dificultad tan invalidante, pero el resto depende de cada uno, como todo en la vida. La voluntad está íntimamente ligada a la intención de superar las dificultades.
La invitación es a que se animen a enfrentar, porque, como leí por ahí, “tenemos menos tiempo que vida”.